La
aparición en los últimos meses de dos libros que cuestionan el modelo educativo
actual y, sobre todo, sus bases ideológicas sustentadas por lo que podríamos
llamar la “pedagogía áulica”, siempre a rebufo del poder y fiel servidora de la
voz de sus amos, ha encendido una cierta polémica tan necesaria como
reveladora.
Los
libros Contra la Nueva Educación, de
Alberto Royo, en la editorial Plataforma y La
Conjura de los Ignorantes, de Ricardo Moreno Castillo, en Pasos Perdidos,
claman contra viento y marea que el rey pedagógico está completamente desnudo
de rigor intelectual y desmontan cada uno de esos tópicos que escuchamos una y
otra vez en el mundillo educativo, afirmados como si de verdades elementales se
tratara.
Un
mundillo, por cierto, sobre el que todo el mundo opina, ya que, al igual que
ocurre con el fútbol, cada uno se siente experto apoyado en su particular
experiencia. Y de expertos educativos está el patio repleto. Lo malo es que el
debate ha ido pareciéndose más y más al fútbol también en el hooliganismo de algunos de los
participantes en la discusión. Leyendo comentarios sobre estos autores en la
red (y digo sobre los autores, ya que han abundado más las descalificaciones
personales y los etiquetados rápidos que una confrontación de argumentos) más
que en un debate educativo se tiene la sensación de estar en ese terreno tan
sorprendente, tan surrealista que se llama en los chocantes tribunales del
siglo XXI “ofensa a los sentimientos religiosos”.
Constatar
ese giro hacia la visceralidad de un debate que debiera ser modelo de rigor
argumentativo –y, sin ánimo de ofender, también ortográfico-, dado que se trata
de enseñanza y educación, es lo que me empuja a poner una personal pica en
Flandes y a intentar desarrollar en una serie de artículos las para mí
increíbles paradojas que se siguen de los postulados al uso de la pedagogía
vigente.
No
es la menor de ellas que muchos de sus seguidores se perciban a sí mismos como
auténticos revolucionarios dispuestos a cambiar el sistema; me temo que esto
recuerda al Partido Revolucionario Institucional de Méjico, que luce en su
nombre toda una oda a lo contradictorio.
¿Alguien
dijo que no se puede poner una vela a Dios y otra al Diablo? En cuestiones
pedagógicas sí se puede, ¡Vaya que sí!, y sin rubor se puede agitar con una
mano una pancarta por un sistema educativo fuera del mercado mientras con la
otra se defienden denodadamente las instrucciones de la O.C.D.E., organización
económica que ha asumido a nivel internacional el mando sobre cómo deben ser
los modelos de enseñanza, qué debe enseñarse, cómo se ha de evaluar o quién
debe dar clase.
Ser
al mismo tiempo rebelde y seguidor de la pedagogía del poder es una
contradicción que solo alcanza explicación cabal si recurrimos al clásico
concepto de pose, hoy transformado
por la moda en ese popular postureo.
El
caso es que se ha expandido por la galaxia de la enseñanza un pensamiento único
que otorga la ventaja indiscutible de estar al lado de quienes mandan, pero pudiendo
presumir de progresismo o de ser de izquierdas, etiqueta que goza de prestigio
en determinados círculos aunque el contenido del paquete no se corresponda
necesariamente con lo que pone en el envoltorio.
Si
de eso se trata, yo suscribo lo que Pedro Olalla escribe en su Historia Menor de Grecia: “Hoy, al igual que siempre, son progresistas
quienes luchan contra la injusticia y la ignorancia, y son retrógrados quienes
la favorecen por alguna razón”. Y creo que no se puede añadir nada más.
En
sucesivas entregas trataré de analizar someramente algunos de los conceptos
tótem y algunos de los conceptos
tabú que brillan con luz propia en el debate pedagógico. Lo haré procurando ser
honesto y pido disculpas de antemano a quienes se sientan ofendidos en sus
sentimientos pedagógicos. No es esa la intención.
Genial, Borja. Desde huevo, que hoy en día una de las voces más atendidas en educación sea la OCDE, manda luegos. Segundo: esa vena revolucionaria de nuestro pedagogismo de hoy lleva sin duda mucha sangre PRI, pero no me negarás que lleva también un montón de sangre ORT (Organización Revolucionaria de los Trabajadores, singular partido prochino de allá por los años 70, aclaro para los muy jóvenes), así sale lo que sale. Finalizo con un excurso acerca de tus tortugas:
ResponderEliminar-Tortuga doméstica: me la creo.
-Tortuga mongola: el mongolo es el que la está pisando.
-Tortuga ateniense: no cuela: es igualita que una que tuve yo en Alcorcón.
Muchas gracias, amigo.
ResponderEliminarDe la ORT guardo muy poco recuerdo. Sí que eran parte de la espesa sopa de letras que formaban los grupos de izquierda revolucionaria en aquella época, e incluso creo que se llegaron a fusionar con el PTE, que algo de chinos también tenían.
Sobre las tortugas, decirte, para tu tranquilidad, que la pisada es de piedra, tanto como quien la pisa. Y... ¿No te has parado a pensar, dado el parecido tortuguil, que tal vez Alcorcón esté destinado a ser una "Nueva Atenas"? Habría que explorar esa posibilidad.
Un abrazo.
¡Joder, Borja: Alcorcón una nueva Atenas! ¡Ahí me has "llegao" al alma!
ResponderEliminarSí que hubo fusión ORT - PTE. Ambos se consideraban los depositarios de la franquicia maoísta en España, pero, cuando la cruda realidad les hizo ver que no enamoraban, se unieron (aparentemente). Ya era tarde, pero, eso sí, su intolerancia y dogmatismo parece que tiene émulos hoy en día. Un abrazo.