domingo, 15 de mayo de 2016

TÓTEM: LA FELICIDAD

Feliz al ser devorado, buena carne.

4.- TÓTEM: LA FELICIDAD

Leer sobre enseñanza (o educación) se ha convertido en un ejercicio lamentable desde que los tópicos baratos y mal construidos son omnipresentes y sus voceros meros transmisores irreflexivos de lo que algunos gurús les venden en prédicas públicas que, hasta en la puesta en escena, se asemejan punto por punto a los discursos de los típicos charlatanes de feria.
Las palabras tótem tienen una característica común: no significan nada por sí mismas. Eso facilita que se puedan colocar en cualquier discurso, ya que suenan bien, siempre resultan agradables y al personal le hace sentir estupendamente. Abundan, abundan mucho: solidaridad, tolerancia, valores, cultura, calidad… aunque la reina de la época es, sin duda, felicidad.
Se ha construido toda una pseudocultura de lo happy que, además de su dudoso gusto estético, parece peleada con el rigor, con el amor a la verdad, con la realidad misma.
Porque, después de muchos años de vida, tengo varias cosas claras sobre este tema:
1.- No hay dos personas que le llamen felicidad a lo mismo.
2.- En ocasiones la felicidad de unos imposibilita la de otros.
3.- Muchas veces hay que pasar por momentos desagradables para alcanzar los logros que nos van a hacer felices. Esto es, en ocasiones la felicidad de hoy es la infelicidad de mañana, y viceversa.

Supongo que quienes defienden que lo importante es conseguir la felicidad del alumno son conscientes de que la felicidad puede ser el resultado de actividades bastante perversas. Recomiendo la lectura atenta de los textos del Marqués de Sade, que nos ilustró a todos con sus lecciones sobre cómo enseñar deleitando. Pura pedagogía posmoderna.
Me temo que la felicidad de los matones de pasillo está bastante reñida con la de sus víctimas, e incluso creo que en el caso de una rivalidad amorosa coinciden en el tiempo la felicidad de uno con la infelicidad del rechazado. También cuando se persiguen logros que solo cabe alcanzar a uno encontraremos en unos felicidad y en otros decepción.
Además, todo el que practica deporte, por ejemplo, sabe que entrenar es rutinario, tedioso, incluso muchas veces doloroso. Siempre agotador. Pero también sabe que la felicidad de competir, de lograr una buena marca, de ganar un campeonato, es grande. Tan grande que merece la pena el sacrificio, o incluso tal vez sea grande precisamente porque ha exigido el sacrificio. No conozco a mucha gente que valore más un éxito que le ha costado un determinado esfuerzo que otro que le ha resultado gratis.
Toda esta milonga confusa sobre la felicidad procede, como casi todas las que vertebran el pobre discurso novoeducativo, del mundo de la empresa. El bienestar se considera bueno para mejorar la productividad. Eso ha llevado a un giro perverso: si quiere usted seguir trabajando aquí ha de ser feliz. De lo contrario no será usted óptimamente productivo. Resultado, el humillante esfuerzo de miles de trabajadores precarios en miles de empresas fingiendo permanente buen rollo y amor al cosmos para mantener sus mal pagados puestos de trabajo y asistiendo obligados a charlas penosas de autodenominados expertos en inteligencia emocional y coaching.
Hace poco leía un reportaje publicitario de una marca de productos lácteos que explicaba detenidamente cómo las vacas felices producen mejor leche. Parecía el folleto de una editorial educativa. La vaca al parecer da más leche y de mejor calidad si ve atendidas individualizadamente sus necesidades, si se cuida su entorno, que ha de ser agradable y limpio, e incluso se le debe proporcionar un terreno por el que no lo cueste demasiado esfuerzo caminar. Pedagogía bovina de primer orden. ¡No van a ser nuestros alumnos menos que las vacas!
Recuerdo también haber leído en cierta ocasión que la carne sabe mejor si se ha sacrificado a la res sin estrés, con el menor dolor posible, ya que los músculos quedan más distendidos y por ende los filetes más tiernos.
Tanto discurso sobre la felicidad y el bienestar no parece cosa de gente buena que se preocupa por los demás. Parece más bien que se trata de que a la hora de ir al matadero lo hagamos con alegría, buen rollo y productividad. Si alguno no es feliz no es culpa de su entorno, sino de cómo asume sus dificultades. Si te enfadas conmigo no es por lo que te he hecho, sino porque te tomas las cosas muy mal.
Como dijo en cierta ocasión un muy equivocado jefe a un subordinado: ¿Qué prefieres, tener razón o ser feliz? Curiosa disyuntiva. El tal jefe estaba equivocado pero eso no le quitaba la felicidad, pero el otro estaba mucho mejor, ya que además de ser feliz tenía razón. Pero al parecer poco derecho a decirlo sin ser de inmediato portador de mal rollo y, por tanto, un riesgo para la productividad.
La felicidad, ¡Qué gran cuestión! Hoy, en plena expulsión de la Filosofía del sistema de Enseñanza (o lo que sea esto) se pretende buscar la felicidad pero, por supuesto, eludiendo la lectura de quienes con más rigor y acierto se han ocupado de ella. Séneca, Aristóteles, Epicuro, Zenón, Russell… para poder colocarnos las demenciales estupideces de los Coelho, Bucay, sistémicos y toda la caterva de vendemotos que nos asedian.

En conclusión, que tanto hablar de felicidad, lo que es a mi, me pone muy triste. Supongo que será culpa mía, claro.