jueves, 5 de enero de 2012

LOS CÍNICOS



Laocoonte. Museos Vaticanos.
 
La palabra cínico tiene en español un sentido claramente peyorativo. Basta que echemos un vistazo a esta definición de diccionario:
Cínico: impúdico, procaz.
            O a este listado de un diccionario de sinónimos:
Sinónimos: desvergonzado, fresco, insolente, desfachatado, sinvergüenza, atrevido, desenvuelto, frescales, despreciativo, carota.
Dejo a juicio de cada uno la lista de ejemplos posibles que la vida pública española nos entrega con generosidad para ilustrar esta definición del término. Decir una cosa y hacer luego la contraria es uno de los comportamientos cínicos –en esta acepción del término- más habituales, sea esto relativo a la subida de impuestos o a la bajada de salarios de los trabajadores que dependen de uno.
Nosotros nos quedaremos con otra acepción: la que se refiere a la escuela filosófica griega. Para entender correctamente la filosofía de los cínicos debemos remontarnos en el tiempo, ya que, aunque su apogeo lo conocen en los inicios del periodo helenista, surgen directamente de las enseñanzas que prodigaba Sócrates en Atenas.
Antístenes, el fundador de la escuela, vivió aproximadamente del 446 al 366 a.C. y Diógenes, el más famoso de los seguidores del cinismo, murió el mismo año que el gran Alejandro, de quien siempre se ha dicho que fue gran admirador de este filósofo natural de Sínope.

Sócrates mantuvo siempre en su filosofar la tensión dialéctica entre individuo y sociedad. Por eso mismo, grandes historiadores de la filosofía le consideran el destructor inicial de la identidad característica entre los griegos de ética y política. Sócrates nos habla de una “voz interior”, la conciencia individual, que se opone a lo social y por ello reivindica la autarquía, o autosuficiencia, como ideal que debe perseguir el sabio. Esto supone un acicate importante para alguno de sus discípulos, entre ellos Antístenes, que a pesar del acatamiento socrático de la sentencia con que la ciudad le condena a muerte, rompe de modo definitivo con las convenciones sociales, aceptando de paso las enseñanzas de los sofistas que afirman una y otra vez el carácter antinatural de las leyes de la polis (nomos), opuestas según ellos a las leyes de la naturaleza (physis).

Los cínicos, que son así llamados por haber fundado Antístenes su escuela en el gimnasio llamado de Cinosargo (el perro blanco) y por vivir “como perros” ellos mismos, son a la vez síntoma y consecuencia de la enfermedad de lo polis, que vive sus últimos tiempos como unidad política básica, asentada sobre la participación y solidaridad de grupo de todos los ciudadanos. Estos hombres ( y como comentaremos, alguna mujer también ) hacen de la autarquía socrática un modo de vida, manteniendo una seria distancia, crítica y repleta de sentido del humor, con la sociedad llena de convenciones y normas.
En cierta ocasión, preguntado Antístenes por su opinión acerca de la sociedad, contestó lo siguiente: Muy cerca, te quemarás; muy lejos, tendrás frío. Esta frase, sea cierta o no la anécdota, refleja muy claramente el pensamiento cínico, que necesita la sociedad aunque sólo sea como referente crítico, como diana a la que dirigir los agudos dardos de su crítica.

El desprecio por las convenciones sociales y por todos sus valores prioritarios como el dinero, la fama, o el linaje se mezcla con la orgullosa afirmación del cosmopolitismo propio (Diógenes es el primero en reclamar para sí el título de cosmopolita o ciudadano del mundo). Esto tiene como consecuencia su negativa a aceptar la institución de la esclavitud, basada legalmente en la condición de extranjeros derrotados en la guerra de los esclavos.

Por lo que respecta a su forma de entender el conocimiento, podemos decir que los cínicos rechazan frontalmente la Teoría de las Ideas de Platón, considerándola, (también lo hacía Aristóteles) como una traición al espíritu socrático. El punto de partida del conocimiento ha de ser un sano escepticismo, y el reconocimiento de que sólo se puede conocer verdaderamente lo particular: He visto el vaso y la mesa, pero nunca la meseidad ni la vaseidad , decía con ironía Diógenes.

Por otro lado, lo único que importa verdaderamente conocer es el “arte de vivir”. La manera de conseguir la felicidad, que comienza por denunciar las necesidades artificiales y las limitaciones que la sociedad nos impone. Sólo desde la simplicidad y el equilibrio que la Naturaleza nos brinda podremos acceder a la felicidad. La máxima (por otro lado común con otras escuelas del helenismo) “no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita” es aplicable a los cínicos hasta el extremo. Como demostración de esa autarquía, los cínicos, imitando a Antístenes, adoptan una especie de uniforme, que les hacía reconocibles todavía en el S.IV d.C. y que consistía en un manto (tribon) para todo uso, la alforja donde se porta el alimento y un bastón. Ahí se acaban las necesidades de un hombre libre, ajeno a las exigencias sociales y dispuesto a satisfacer sus necesidades naturales donde y cuando le venga en gana, al margen de cualquier convención social.

Añadamos que los principales autores de esta escuela nos resultan conocidos por la obra de Diógenes Laercio, que agrupó en un volumen titulado Vida de los Filósofos Ilustres toda la información (en muchos casos más que dudosa en su fiabilidad) que existe en el siglo II d.C. Allí nos hace más que biografías documentadas, retratos, generalmente muy estilizados, de los personajes claves en la historia de la filosofía griega. En el caso de los filósofos cínicos, a los que presta una gran atención, recoge un amplio conjunto de anécdotas que ilustran (al margen de su veracidad o no) la feroz independencia de estos filósofos y su desprecio por las riquezas y honores.

Es especialmente conocida la anécdota relatada en la que se hace coincidir en Atenas a Alejandro Magno y a Diógenes. El hombre más poderoso del mundo se acerca al Ágora para ver a aquel viejo con pinta de vagabundo que dormita en la calle, envuelto en su manto. Alejandro le interroga sobre sus necesidades, ofreciéndole ayuda, tal vez sorprendido del aspecto menesteroso de uno de los filósofos más afamados y admirados de Grecia. La respuesta de Diógenes es : Sí puedes hacer algo por mí: Apártate que me quitas el sol.

Finalmente, reseñar que la escuela cínica no tuvo un grupo muy numeroso de seguidores, entre los que cabe reseñar a: Mónimos, Onesícrito, Crates y Menipo. Como caso insólito dentro de la filosofía griega (caso que resulta más frecuente en este periodo del helenismo), señalar la presencia entre los seguidores de la filosofía cínica de la mujer de Antístenes, llamada Hiparchia. Estos filósofos, por vez primera, no hacen distinciones entre los sexos, aceptando lo que para los otros griegos suponía un auténtico escándalo.

La aportación que hacen a la historia de la literatura es también importante, ya que inventan un nuevo género literario, la diatriba, en la que utilizan de manera magistral la ironía como forma de enseñanza. Tal y como señaló en su momento el filósofo neoplatónico Estobeo  siguen la máxima Muerdo a mis amigos para salvarlos. Para los cínicos se puede decir que el humor es parte fundamental de la vida moral, cuando no la vida moral misma.
Para interesados, La Filosofía helenística: éticas y sistemas, de Carlos García Gual y Mª Jesús Imaz en la Editorial Cincel. Un texto divulgativo útil para todas las escuelas de este periodo. También Los cínicos, selección de los textos que les dedicó Diógenes Laercio en una edición didáctica preparada por Rafael Sartorio para la Editorial Alhambra.

lunes, 2 de enero de 2012

MATEMÁTICOS Y PLATÓN


Relieve funerario. Museo Arqueológico de Atenas.


Hoy, en El País, entrevista con un ilustre ganador de los máximos reconocimientos en el mundo de las matemáticas. Como se puede ver, referencias a Platón y a las ideas, tan vinculadas a las matemáticas, de belleza y verdad. Su nombre, Michael Francis Atiyah:

Un paseo por la historia de las matemáticas desde Pitágoras concebida como una obra coral. "Es una construcción de grandes estructuras de ideas añadiendo cada una algo a la anterior. Como en una catedral gótica", dice. "Por eso se parece a la arquitectura, pero nosotros revisamos constantemente los cimientos, y  eso en una casa no conviene...", bromea. La analogía le gusta y se recrea: "Pero los matemáticos más que un edificio construimos una ciudad ¡un imperio! Pero un imperio bueno, democrático". Y reivindica a los científicos: "Platón creía en el sabio que lideraba al pueblo. Nosotros debemos ser líderes de la civilización".
¿Y es posible que esa gigantesca obra se termine, que un día no quede más por descubrir? "No le veo límite", asegura, "de una teoría surge otra y se cubre más terreno". No hay peligro, pues, de que se agote ese caudal de felicidad que encuentra el sabio en su trabajo. De felicidad y de belleza, otra palabra que menciona de forma recurrente. La belleza le gusta por indiscutible, porque "se ve inmediatamente". Y también porque puede ser "una antorcha que te conduzca a la verdad, porque en las matemáticas ambos conceptos van a menudo unidos".