domingo, 10 de abril de 2016

LA ETERNA Y MALINTENCIONADA CONFUSIÓN DE NIVELES

Pompeya. Villa de los Misterios




3.- LA ETERNA Y MALINTENCIONADA CONFUSIÓN DE NIVELES.

Una de las cosas que hizo Cintora en el programa mencionado en el último artículo fue omitir en la edición de la entrevista que los profesores participantes, Bona y Royo, dan clase en niveles radicalmente distintos, tienen una profesión distinta y una formación diferente. Mientras que uno es maestro de primaria, el otro es licenciado universitario y profesor de secundaria. Esto es algo que se suele obviar, como si no hubiera diferencia entre ambas cosas. Y la hay, y es bastante grande. Y además ignorarlo tiene consecuencias.
Cuando se implantó la LOGSE en nuestro sistema de enseñanza se produjo un gran número de debates variados, ya que la naturaleza radical de la reforma emprendida afectaba a todos y cada uno de los aspectos de la vida en los centros.
Una de las cosas que causó más inquietud entre padres y profesionales fue la incorporación a los Institutos del primer ciclo de secundaria (en teoría de 12 a 14 años) y de la enseñanza profesional (en teoría de casi cualquier edad). Los primeros tenían hasta entonces su lugar en las escuelas, mientras que los segundos disponían de centros propios.
Los motivos que se adujeron fueron variopintos. Al parecer la mezcolanza de alumnos de tantas edades diferentes y con perfiles, por tanto, tan distintos suponía una mayor integración que habría de comportar por sí sola una mayor cohesión social.
En cualquier caso se obviaron las dificultades que esto suponía para gestionar en los institutos tanto múltiples horarios, planes y plazos distintos como la coexistencia pacífica de seres humanos en grados tan diversos de desarrollo y con expectativas tan distintas. En los Institutos, hasta entonces de bachillerato, saltó la alarma. Se veían venir dificultades diversas tanto por la extensión de la obligatoriedad hasta los 16 años como por la aparición por el centro de alumnos con edades más bajas de las que hasta entonces se estilaban.
Un neologismo fue circulando por los claustros: “egebeización”. Los responsables de la cosa negaban una y otra vez que tal hecho fuera a tener lugar. Se nos dijo de todas las formas posibles que no había por qué preocuparse, que el trabajo seguiría siendo el mismo y que no había que temer una bajada de nivel.
Pronto llegaron las guardias de recreo. Hay alumnos pequeños, se dijo. Debe haber presencia de profesores en el patio para evitar problemas. Después fueron llegando las ideas brillantes para atender mejor a los pequeños, como la agenda escolar, o, por supuesto, el cierre de las puertas durante el horario lectivo.
El control necesario de los alumnos menores supuso inevitablemente el control de los mayores y la vigilancia se extendió a las aulas cuyo profesor estuviera ausente. Se acabó bajar al  patio a solazarse, nada de ir a la cafetería, nada de salir del centro para comprar un bocadillo o para pelar la pava en el parque.
Los primeros bachilleratos agraciados con estas medidas protestaron amargamente. Decían, con razón, sentirse en una cárcel. Hoy ya nadie se queja, habituados todos con naturalidad a la situación de encierro.
Y luego, claro, las consecuencias del control. Si tratas a los alumnos como pequeños irresponsables tienden a comportarse como pequeños irresponsables. Privados de la necesaria transición hacia el ejercicio de la propia responsabilidad, que antaño tenía lugar en el Instituto, su nivel de maduración personal se ve dificultado seriamente y tiende a retrasarse sine die.
A continuación, los cambios en el vocabulario, y uno acaba oyendo hablar en las salas de profesores de secundaria de “nenes” y de “papás y mamás”; luego se propone la agrupación de materias en los cursos de primer ciclo para procurar que tengan un menor número de profesores (¡Qué tiempos los de las protestas para no tener que dar asignaturas afines!) y se lanzan propuestas metodológicas más propias de primaria que de una enseñanza media impartida por especialistas.
Rajoy mismo, en una reciente entrevista, señalaba que su hijo maneja las redes sociales como todos los “niños” de su edad. Su hijo de ¡16 años!
Sí, se ha producido la cantada “egebeización” y han bajado los niveles. Pero se ha conseguido también algo que es más grave porque afecta al futuro y compromete la viabilidad de mi profesión: la identificación por parte de casi todo el mundo de la enseñanza primaria con la secundaria.
Así, la liquidación final de la enseñanza media ni siquiera se percibe como tal y se habla del “problema educativo” sin distinguir casi nunca entre los métodos apropiados para niños y los que lo son para adolescentes talluditos; entre los problemas a resolver cuando se enseña a un alumno de 6 años y los que plantea uno de 16; entre los objetivos que se han de tener cuando se da clase a un niño de 10 años y los propios de un alumno que mira hacia su futuro profesional o universitario.
Mientras, el bachillerato, olvidado, languidece ante la imposibilidad de edificar sobre los cimientos de la ESO un mínimo edificio de conocimientos que garantice una llegada solvente a la universidad… que cada vez tiene más difícil construir algo sobre los agrietados muros del pobre bachillerato.


El objetivo declarado de formar ciudadanos responsables acaba, al fin, generando eternos e inmaduros niños privados tanto de libertad como de responsabilidad, que son caras inseparables de la misma moneda.