sábado, 1 de marzo de 2014

ALEJANDRO, DIÓGENES, HARMODIO Y ARISTOGITÓN

 
Los Tiranicidas. Museo arqueológico de Nápoles.
 

Durante la expedición de Alejandro a Oriente se produjo un episodio conocido como La Rebelión de los Pajes, que nos relata Quinto Curcio.  El rey sería implacable con los supuestos participantes en la conspiración, asi como lo fue más tarde con nuevos supuestos traidores, entre los que se encontraba el hijo de su general Parmenión. Los conspiradores eran todos de rango elevado, pero siempre hay descontentos, maltratados y damnificados, así que el poderoso nunca puede considerarse completamente a salvo. No es extraño que numerosos tiranos hayan sido presas de la paranoia. Más en un contexto cultural como el greco-romano, exaltador de la figura del tiranicida, mil veces representada.
Platón escribió que el tirano es esclavo del miedo, al igual que su pueblo es esclavo del propio tirano. Sería excesiva la lista de gobernantes asesinados de mil modos víctimas de conspiraciones movidas por el amor a la libertad o por la pura ambición.
El poder es droga poderosa; el poder absoluto es la más adictiva de todas ellas. ¿Cómo no admirar a quienes son tan orgullosos y se sienten tan seguros de sí que afrontan como único objetivo vital ser dueños exclusivamente de ellos mismos?
Sin duda un personaje como Diógenes el cínico tenía que ser un enigma insondable para alguien como Alejandro. En el pseudo Calístenes el imaginativo autor sitúa al rey macedonio discutiendo con los gimnosofistas de la india, los sabios desnudos. De forma similar Diógenes Laercio nos relata en sus Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, unas cuantas anécdotas sobre un encuentro entre Alejandro y Diógenes el cínico  improbable desde el punto de vista histórico, pero atractivo para el autor que confronta dos modos radicalmente distintos de vivir en una lucha extraordinaria. ¿Cuál de los dos era realmente el dueño del mundo?
El historiador relata que en cierta ocasión el filósofo fue interrogado sobre cuál es el mejor material para construir una estatua. Su respuesta fue: Aquél con el que se forjó la estatua de Harmodio y Aristogitón –los tiranicidas antes mencionados-. Todo un programa político.
Alguien le recordó que sus paisanos de Sínope le habían condenado al destierro. Él replicó: Y yo les he condenado a ellos a quedarse. Todo un programa vital.
Incluso al ser vendido como esclavo mantuvo su orgullo, pidiéndole al comerciante que le vendiera a un hombre elegantemente vestido: Véndeme a aquél, parece que necesita un amo.
¿Quiénes son los dueños del mundo, los Alejandros o los Diógenes? Una cuestión fascinante.