sábado, 10 de diciembre de 2011

EPICURO Y SU JARDÍN


Atenas. Vista desde el monte Licabeto.

El EPICUREÍSMO es un sistema que basa su concepción del cosmos en el atomismo al estilo de Demócrito. Concibe la ciencia de un modo antifinalista, ya que si pensamos en que todo el Universo se constituye a partir del azaroso movimiento de los átomos, difícilmente podremos atribuirle alguna finalidad a su existencia y a los cambios que en él se producen.
Según nos señala Epicuro en su obra (sólo parcialmente conservada) La Vida Feliz, la virtud suprema es la capacidad para llevar una vida feliz. Eso es precisamente la sabiduría, que no puede existir sin el conocimiento, es decir, sin la Filosofía. La ignorancia es la raíz de todo mal.
El placer es la fuente de la felicidad. Pero ... ¿Qué placer? Al modo de ver de Epicuro, la Razón nos dice que si el placer nos hace felices, debemos aspirar al placer máximo, al insuperable, que consiste en ese estado que nos proporciona la ausencia total de dolor. Hemos de rehuir toda situación placentera que nos pueda causar, directa o indirectamente, cualquier tipo de dolor. Lo inteligente es realizar un cálculo racional que nos permita disfrutar, aunque sea tibiamente, durante la mayor cantidad posible de tiempo.
Desde su presupuesto atomista Epicuro se permite afirmar la libertad del hombre. No estamos sometidos a ninguna finalidad natural, luego la felicidad es un fin que nosotros nos asignamos libremente. Para ello no resulta necesaria la existencia del Estado, sino que ésta más bien resulta contraproducente, ya que favorece la aspiración del hombre a los placeres superfluos.
Tampoco es necesaria, siendo además contraproducente lo contrario, la existencia de Dios, ya que ello supondría la existencia de una finalidad para el hombre y por tanto la anulación de su libertad.
También considera como un mal para el individuo la existencia de la familia, que crea lazos no elegidos por el ser humano. La única relación humana sana es la amistad, que no implica dependencia, sino convivencia entre individuos libres. En el Jardín se practicó siempre el culto a la mutua amistad, dando prueba de ello Epicuro hasta en el día de su muerte.
Los más habituales enemigos de la felicidad en la vida humana son el dolor y la muerte. Ambos enemigos pueden ser vencidos, desde su punto de vista.
Atenas. Vista desde el monte Licabeto.

El dolor tiene siempre una duración relativamente breve, por lo que puede ser soportado.
La muerte, considerada tradicionalmente como el peor de los males, no puede producir dolor, ya que desaparece el hombre en la nada al disgregarse los átomos que lo componen. Textualmente, nos dice: cuando vivimos, la muerte no existe. Cuando morimos, ya no estamos. Sin conciencia ni sensibilidad no hay dolor.
El historiador italiano SEVERINO nos dice: Antes de Epicuro, el conocimiento de que lo eterno existe libera del terror del devenir; para Epicuro el conocimiento de que lo eterno no existe (eternos son sólo los átomos sin sentido, de los que, de manera azarosa, se componen las cosas) libera del terror a la eternidad. Justamente porque cuando llega la muerte ya nada somos, y por ello la muerte es “nada para nosotros”. El sabio no pide vivir ni teme no vivir. No es contrario a la vida, pero tampoco considera que la muerte sea un mal.
Por otra parte, y ya finalizando, señalar que en el Jardín se admitía a todo tipo de personas, lo que incluye a esclavos y   a mujeres, tanto de vida ordenada como de vida ciertamente alegre. Son ejemplo de ello Temista y Leonción, de las que se conservan algunos escritos.
Podemos resumir la filosofía moral epicúrea en los siguientes puntos:

La fuente primera de la moralidad se encuentra en la sensación de  placer y en la huida del dolor. En esto el hombre coincide con los animales.

El placer tiene una medida y unos límites.

Los placeres deben ser medidos por la razón.

El sabio debe preferir, por su duración, los placeres del espíritu a los del cuerpo.

El sabio debe propugnar un ideal ético basado en el dominio de sí, única forma de librarse de la esclavitud a que nos puede conducir el placer.

A modo de ejmplo, este fragmento de las Máximas Capitales de Epicuro, recogidas por Diógenes Laercio:
 
La muerte no es nada para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es insensible y lo insensible no es nada para nosotros.
Límite de la magnitud de los placeres es la eliminación de todo dolor. Donde haya placer, por el tiempo que dure, no existe dolor o pesar o la mezcla de ambos.
No se demora el dolor en la carne, sino que el más extremado perdura el más breve tiempo, y aquél que sólo distancia el placer de la carne tampoco se mantiene muchos días.
Ningún placer es por sí mismo un mal. Pero las cosas que producen ciertos placeres acarrean muchas más perturbaciones que placeres.
El justo es el más imperturbable, y el injusto está repleto de la mayor perturbación.

jueves, 8 de diciembre de 2011

ESTOICISMO


 Ágora de Atenas. Stoa reconstruida.
Zenón de Citio impartía sus enseñanzas en le Pórtico Pintado del Ágora ateniense (en griego, Stoa Poikile, de donde viene el nombre que se dio a la escuela).
El Estoicismo centra su afán en la búsqueda de la felicidad individual. También toma como referencia de su especulación cosmológica la “quiebra” del TODO que representan las filosofías de Platón y Aristóteles. Niegan radicalmente el dualismo platónico, pero también la división que Aristóteles establece entre Dios y  Materia. Buscan, podríamos decir, restaurar el  discurso filosófico que hace de la unidad profunda del cosmos objeto básico de búsqueda en el quehacer científico y filosófico.
Para los estoicos Dios sólo es perfecto en tanto que la materia no existe independientemente de él. Dios es entendido como principio activo o causa eficiente del Universo, pero sólo existe en tanto que existe también el principio pasivo, la materia, que recibe su acción demiúrgica.
Dios es, propiamente hablando, espíritu motor o alma racional que da vida y orden al universo. Coinciden con Aristóteles en considerarle “pensamiento siempre pensante”, pero según los estoicos, a la vez que se piensa a sí mismo piensa todo el universo, y al pensarlo le confiere existencia, vida y orden.
Si el universo es el producto de un logos absoluto, todo en el mundo es absolutamente racional y por tanto todo es como debe ser. Para los estoicos, pues, nada hay de azaroso o casual en el universo.
Ágora de Atenas. Stoa reconstruida.
Por ello, la libertad del hombre es un concepto que no tiene sentido. Para ellos ser libre consiste en desear lo que las cosas son; sólo en este caso no seremos arrastrados como esclavos por los hechos que nos acontecen.
Hemos de vivir virtuosamente, y eso significa vivir de acuerdo con la naturaleza humana, lo cual no es otra cosa que vivir según la razón. Como Aristóteles, manifiestan que una razón perfecta es lo propio del hombre; los otros bienes son comunes a los animales y a las plantas.
Podríamos resumir las ideas estoicas en los siguientes puntos:

El hombre ha de vivir y obrar conforme a la naturaleza, único modo de lograr la perfección personal y alcanzar la felicidad.
La Naturaleza no es sólo la materia, sino también la razón universal que todo lo dirige. Por ello, vivir conforme a la naturaleza ha de ser un vivir racionalmente.
La ley universal es también ley moral. El hombre sabio ha de librarse de todas las ataduras que le impidan someterse a esa ley universal.
En situaciones extremas, cuando el hombre no ve salida alguna a sus problemas, la razón puede conducirle al suicidio, entendiendo dicho acto como una aceptación del destino.
La razón es común para todos, por lo que no se pueden hacer distinciones entre libres y esclavos, niños y adultos, mujeres y hombres, compatriotas y extranjeros...etc. Todos los hombres son ciudadanos del mundo y constituyen la hermandad universal.

La tradición filosófica estoica ha tenido un gran eco en épocas posteriores. Por un lado, causó gran impacto entre la intelectualidad romana; por otro, su influencia sobre la moral cristiana ha sido muy fuerte, prolongándose en el tiempo hasta nuestros días.
El estoicismo, además, no siempre se alejó de los asuntos políticos de una manera decidida. Baste señalar que uno de sus más importantes representantes fue emperador de Roma, Marco Aurelio. Según Gonzalo Puente, la relación de los estoicos con la política transitó desde una indiferencia evasiva en su primera época hasta una conformidad resignada en su etapa final, habiéndose entre tanto lanzado a una entrega esperanzada.
Tradicionalmente se ha dividido la historia del estoicismo en tres periodos:

Estoa Antigua. La dirigieron ZENÓN (332-262 a.C.), CLEANTES (262-232a.C.) y CRISIPO (232-204 a.C.)
Estoa Media. PANECIO de RODAS (185-130 a.C.) y POSIDONIO de APAMEA (135-55 a.C.)
Estoa Nueva. Tiene como máximos exponentes a SÉNECA (1-65 d.C.), EPÍCTETO (50-125 d.C.) y MARCO AURELIO (120-180 d.C.).

Los autores citados en los dos últimos periodos pertenecen ya a la Estoa predominantemente romana.

martes, 6 de diciembre de 2011

HELENISMO Y AUTOAYUDA


 Queronea. Monumento conmemorativo.

El periodo histórico al que se denomina helenismo resulta tan extenso como mal definido. Durante mucho tiempo la historiografía ha considerado esta época como una mera transición entre el mundo cultural griego y la hegemonía romana en el Mediterráneo. Sin embargo cada vez son más los que consideran que el periodo romano es en lo cultural una prolongación de lo helénico, siendo además una época de esplendor para numerosas ciudades griegas, aunque bajo el poder imperial. Es decir, enmarcaríamos esta época entre dos acontecimientos espirituales de gran magnitud: la crisis y muerte de la polis y la hegemonía del cristianismo en el Bajo Imperio.
Aceptando este criterio, nos encontramos con que lo que se decía que era un periodo de transición, o incluso la fase decadente de Grecia, pasa a ser una era histórica que comprende, aproximadamente, desde el año 338 a.C. en que Macedonia se hace con la hegemonía frente a Tebas y Atenas en la batalla de Queronea, hasta el 313 d.C. en que el Emperador Constantino sanciona con el Edicto de Milán la preponderancia política del cristianismo e inaugura una nueva época para el Imperio. Es decir, nada menos que seis siglos y medio de historia.
Las consecuencias de la nueva situación política para los ciudadanos griegos fueron muy considerables. Convertidos de ciudadanos de la polis en súbditos de reinos de extensión mucho más amplia, su papel en la comunidad resulta mucho menos determinante, cuando no totalmente irrelevante. Sin embargo, la crisis de la polis viene de atrás. Es notable la preocupación entorno a la organización del estado que expresaron autores como Platón o Aristóteles. Este último, cuando redacta su Política lo hace ya dentro de este periodo de tiempo al que hemos denominado helenismo. (Hay que recordar que fue maestro de Alejandro, y que enseñó en una Atenas ya sometida al poder de Macedonia). Esta preocupación refleja el estado de deterioro al que ha llegado la organización política griega a lo largo del siglo IV y la añoranza por el modelo, ya caduco, que desarrolló Pericles en su plenitud.
El ciudadano de los nuevos reinos siente con claridad que está a merced del arbitrio de un poder superior, el monarca, y se va desarrollando una forma fatalista de entender la vida, que rehúye la participación política como inútil y se centra en la felicidad individual como fin a lograr. Todavía Aristóteles había mantenido la superioridad del Estado sobre el individuo (idea que es patente en Platón) basado en la natural dependencia del hombre, que carece de la posibilidad de ser autosuficiente. El hombre helenista, ajeno al sentimiento de pertenencia a una comunidad estrecha como la polis, da la espalda al grupo como referencia necesaria para lograr el desarrollo personal. Es un tipo de persona más individualista y cosmopolita.
Las escuelas filosóficas que surgen en este periodo y, por tanto, mejor reflejan la situación intelectual de la época son  el estoicismo y el epicureísmo. Ambas buscan ofrecer, no sólo una explicación teórica del cosmos, sino además una teoría moral encaminada a la felicidad personal. Sólo el sabio puede alcanzar el estado de felicidad, y sólo el hombre feliz merece la consideración de sabio.
Simultáneamente adquieren notoriedad otros movimientos filosóficos de carácter notablemente más subversivo y a cuyo lado estoicos y epicúreos se antojan corrientes conservadoras: cínicos y escépticos.
¿Podríamos encontrar paralelismos, más o menos forzados, con la época que nos ha tocado vivir? Parece claro que la toma de decisiones en el mundo llamado democrático se aleja cada vez más de los ciudadanos, que observan preocupados que están en manos de instituciones que a su vez parecen no deber lealtad a quienes votan, sino a poderes económicos sobre los que, al parecer, no se puede decidir.
Al tiempo el carácter individualista de la modernidad se acentúa, aumentándose a la vez la alienación con respecto al grupo. La reacción más habitual es el sálvese quien pueda. Así se desarrollan simultáneamente corrientes psicológicas que acentúan la responsabilidad del individuo sobre su propia felicidad. Triunfan los manualillos de autoayuda, la inteligencia emocional y la resiliencia como concepto clave, popularizados por personajes de los medios de comunicación como Rojas Marcos o E. Punset.
El mensaje de fondo es de raíz claramente estoica: La realidad es como es. No pretendas cambiarla, no esperes nada de fuera. La llave para la felicidad está en tu capacidad de adaptación y en tu competencia emocional frente al mundo.