Los Tiranicidas. Museo arqueológico de Nápoles.
Durante
la expedición de Alejandro a Oriente se produjo un episodio conocido como La Rebelión de los Pajes, que nos relata
Quinto Curcio. El rey sería implacable con los supuestos participantes
en la conspiración, asi como lo fue más tarde con nuevos supuestos traidores, entre
los que se encontraba el hijo de su general Parmenión. Los conspiradores eran
todos de rango elevado, pero siempre hay descontentos, maltratados y
damnificados, así que el poderoso nunca puede considerarse completamente a
salvo. No es extraño que numerosos tiranos hayan sido presas de la paranoia. Más
en un contexto cultural como el greco-romano, exaltador de la figura del tiranicida, mil veces representada.
Platón
escribió que el tirano es esclavo del miedo, al igual que su pueblo es esclavo
del propio tirano. Sería excesiva la lista de gobernantes asesinados de mil
modos víctimas de conspiraciones movidas por el amor a la libertad o por la
pura ambición.
El
poder es droga poderosa; el poder absoluto es la más adictiva de todas ellas.
¿Cómo no admirar a quienes son tan orgullosos y se sienten tan seguros de sí
que afrontan como único objetivo vital ser dueños exclusivamente de ellos mismos?
Sin
duda un personaje como Diógenes el cínico tenía que ser un enigma insondable
para alguien como Alejandro. En el pseudo Calístenes el imaginativo autor sitúa
al rey macedonio discutiendo con los gimnosofistas de la india, los
sabios desnudos. De forma similar Diógenes Laercio nos relata en sus Vidas,
opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, unas cuantas
anécdotas sobre un encuentro entre Alejandro y Diógenes el cínico improbable desde el punto de vista
histórico, pero atractivo para el autor que confronta dos modos radicalmente
distintos de vivir en una lucha extraordinaria. ¿Cuál de los dos era realmente
el dueño del mundo?
El
historiador relata que en cierta ocasión el filósofo fue interrogado sobre cuál
es el mejor material para construir una estatua. Su respuesta fue: Aquél con
el que se forjó la estatua de Harmodio y Aristogitón –los tiranicidas antes mencionados-.
Todo un programa político.
Alguien le recordó que sus paisanos de Sínope le habían condenado al destierro. Él replicó: Y yo les he condenado a ellos a quedarse. Todo un programa vital.
Alguien le recordó que sus paisanos de Sínope le habían condenado al destierro. Él replicó: Y yo les he condenado a ellos a quedarse. Todo un programa vital.
Incluso al ser vendido como
esclavo mantuvo su orgullo, pidiéndole al comerciante que le vendiera a un
hombre elegantemente vestido: Véndeme a aquél, parece que necesita un amo.
¿Quiénes son los dueños del
mundo, los Alejandros o los Diógenes? Una cuestión fascinante.
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