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Voy
a contaros algunas cosas de lo que para mi significó cursar Historia de la
Filosofía en C.O.U., que como sabréis era en el anterior sistema el equivalente
a 2º de Bachillerato.
Hace
muchos años de ello. Yo cursaba la rama de Ciencias, con Matemáticas, Física,
Química y Biología. Mi intención era estudiar medicina; consideraba que era lo
más útil, lo más próximo a lo que era mi idea de ayudar a la humanidad. Una
idea muy común en aquellos tiempos, aunque luego ha perdido mucha vigencia,
según veo.
Recuerdo
que, finalizado tercero de B.U.P. y paseando por Murcia, delante del Palacio
del Almudí, le decía a mi amigo Rafa “el nejo”: “Si algo sé seguro es que nunca
me dedicaré a la Filosofía. Está muy bien, pero es completamente inútil”.
Un
año después me matriculaba en la facultad de Filosofía de Murcia y desde
entonces no he tenido otra ocupación. Por medio, el año de Historia de la
Filosofía de C.O.U. y un excelente profesor, D. José Martínez. Su físico menudo
y barbado no lograba esconder una fuerte personalidad, una ironía magistral y
una claridad en el razonamiento que maravillaba a un alumno de ciencias
acostumbrado a matemáticas varias, a inducciones, a observaciones y a valorar
la razón por encima de todas las cosas.
Las
clases de Filosofía me ayudaron mucho a entender las ciencias, así como las
clases de ciencias me ayudaron, y mucho, a entender la Filosofía a lo largo de
la carrera. Y pronto supe que no me había equivocado.
Después,
la vida profesional. Consciente siempre de la dificultad de bregar con la idea, mantenida por mí mismo en
su momento, de la utilidad a corto plazo como valor máximo. Consciente de la
dificultad de practicar aquello que defendía Hegel: “la paciencia del
concepto”.
De
no mediar aquellas clases y aquél magnífico profesor no habría nunca estudiado
Filosofía. Por eso personalmente es algo que defenderé siempre. Pero lo que la
hace necesaria no es eso. No es imprescindible que guste ni que divierta. Lo
importante es lo que aporta para entender el mundo y la vida. Para atinar con
las preguntas pertinentes sobre el mundo y la vida. Y nada me satisface más que
hablar con los antiguos alumnos que han dedicado sus esfuerzos a otras cosas
pero, generosamente, se acercan años después a contarte lo que les ayudó
aprender Filosofía y encontrarse con esos gigantes a cuyos hombros no dudan en
alzarse.
A
pesar de las carencias horarias, encontrarse con estos personajes que marcan
nuestra identidad auténtica sigue enriqueciendo la visión del mundo de nuestros
futuros médicos, biólogos, mecánicos, historiadores, artistas…
Porque
la Filosofía puede llegar a constituir una patria difícil de definir, con pocos
conciudadanos, inadvertida pero real. Y a diferencia de otras, poco celosa y
nada, pero nada, territorial.