El célebre grabado de Goya,
producido en 1.797, ha sugerido multitud de comentarios ya que parece
simbolizar con una plasticidad magnífica el espíritu de la Ilustración.
Cuando la razón duerme, asoman y nos rodean los monstruos de la
religión, de los prejuicios, de las supersticiones que nos ponen en manos de
frailes, brujas y viejas enredadoras, como el propio pintor ilustra con
genialidad en sus Caprichos y Disparates, así como en las Pinturas Negras.
Sin embargo, el título encierra una ambigüedad inquietante. ¿Es la
hora de los monstruos la de la Razón dormida, o es acaso el llevar hasta el
extremo los sueños racionales, los sueños ilustrados, lo que produce estos
horrorosos resultados?
¿La Razón que duerme, o la Razón que sueña?
En esta cuestión hallamos el símbolo de la gran controversia que nos
sitúa entre dos opciones opuestas:
1.
Lo tradicional, con su control
social, su tiranía religiosa y su moral negadora de la autonomía individual, su
pensamiento mágico-naturalista, pero también sus sistemas de integración
individuo/grupo y su respeto del orden natural…
2.
Lo moderno, con sus opciones
teóricas de autonomía moral y el control técnico y científico de la naturaleza
pero con consecuencias tales como la soledad individual alienante, la
cosificación del individuo, convertido – también de forma alienante – en objeto
de compraventa en el llamado “mercado de trabajo”, la producción de artefactos
de destrucción masiva, con la tecnificación de la muerte a gran escala, la conversión
de la sociedad en una selva en la que se esconde bajo términos como
“competencia” y “mercado” la sorda lucha de todos contra todos…
¿Hemos de optar por un camino o por otro, aun cuando ambos parezcan
conducirnos a un infierno?
Simplificando de un modo excesivo, pero que
puede resultar clarificador, ¿nos quedamos con los demonios de la monarquía,
del papa, de las teocracias y de los integrismos o con la destrucción
irrefrenable a que nos abocan el “pensamiento único” y el “mercado global”?
Goya comenzó su obra con la luminosidad que da
la esperanza en la Razón. Aunque permanezcan visibles las sombras que acompañan
al costumbrismo, es el color el que domina la escena.
La Gallina Ciega.
Goya, 1.788-89
Sin embargo, los acontecimientos le conducen poco a poco a prescindir
del color, adelantando soluciones estéticas que encontraremos más tardíamente
en la pintura romántica, en el expresionismo o en el surrealismo.
¿Qué acontecimientos son esos? Hay dos
supuestos al uso: Primero, su enfermedad de 1.792-93, que acabó dejándole
sordo. Segundo, la realidad terrible de la guerra que parece alejar
definitivamente la Racionalidad de la escena española y le obliga a él mismo a
su exilio final.
No
obstante, algo más se esconde tras la desolación del pintor ilustrado. Podemos
analizarlo simbólicamente en su obra Los
fusilamientos del 3 de mayo. En esta obra maestra se encuentran enfrentadas
dos fuerzas antagónicas. Por un lado, el ejército francés. Por otro, los
rebeldes patriotas españoles alzados en Madrid contra el ejército invasor.
El ejército francés, en el que tantos
ilustrados españoles, sin duda también Goya, habían puesto sus esperanzas,
ejemplifica desde su orden y su perfecto anonimato individual el horror de la
Razón y la técnica modernas al servicio de la opresión y la muerte.
Por su parte, el pueblo es pintado con rasgos sencillos, casi groseros.
El personaje central aparece como un crucificado y su rostro le individualiza
frente a la ciega máquina colectiva que se sitúa frente a él. Recibe sobre su
camisa blanca toda la luz del farol, que casi parece emanar del propio
fusilado.
Los
que materializaron la esperanza en las luces se han tornado frías, anónimas y
oscuras máquinas de poder y exterminio.
Ésa
es la tensión que supo vislumbrar Goya. Ésa es la tensión característica que
recorre la historia de la modernidad, oscilando siempre entre los cantos de
sirenas de la salvación racional teorizada en la idea de Progreso y la
constatación del gigantesco fraude, en el que lo prometido como liberador y
luminoso nos sume – y se sume – en la oscuridad con su ciego afán de dominio.
Goya
supo dar cuenta de ambas interpretaciones de su grabado. La Razón produce
monstruos cuando sueña, pero no sólo cuando sueña dormida.