Atenas. Vista desde el monte Licabeto.
El EPICUREÍSMO es un
sistema que basa su concepción del cosmos en el atomismo al estilo de
Demócrito. Concibe la ciencia de un modo antifinalista,
ya que si pensamos en que todo el Universo se constituye a partir del azaroso
movimiento de los átomos, difícilmente podremos atribuirle alguna finalidad a
su existencia y a los cambios que en él se producen.
Según
nos señala Epicuro en su obra (sólo parcialmente conservada) La Vida Feliz, la virtud suprema es la
capacidad para llevar una vida feliz. Eso es precisamente la sabiduría, que no
puede existir sin el conocimiento, es decir, sin la Filosofía. La ignorancia es
la raíz de todo mal.
El
placer es la fuente de la felicidad. Pero ... ¿Qué placer? Al modo de ver de
Epicuro, la Razón nos dice que si el placer nos hace felices, debemos aspirar
al placer máximo, al insuperable, que consiste en ese estado que nos
proporciona la ausencia total de dolor. Hemos de rehuir toda situación
placentera que nos pueda causar, directa o indirectamente, cualquier tipo de
dolor. Lo inteligente es realizar un cálculo racional que nos permita
disfrutar, aunque sea tibiamente, durante la mayor cantidad posible de tiempo.
Desde
su presupuesto atomista Epicuro se permite afirmar la libertad del hombre. No
estamos sometidos a ninguna finalidad natural, luego la felicidad es un fin que
nosotros nos asignamos libremente. Para ello no resulta necesaria la existencia
del Estado, sino que ésta más bien resulta contraproducente, ya que favorece la
aspiración del hombre a los placeres superfluos.
Tampoco
es necesaria, siendo además contraproducente lo contrario, la existencia de
Dios, ya que ello supondría la existencia de una finalidad para el hombre y por
tanto la anulación de su libertad.
También
considera como un mal para el individuo la existencia de la familia, que crea
lazos no elegidos por el ser humano. La única relación humana sana es la amistad,
que no implica dependencia, sino convivencia entre individuos libres. En el
Jardín se practicó siempre el culto a la mutua amistad, dando prueba de ello
Epicuro hasta en el día de su muerte.
Los
más habituales enemigos de la felicidad en la vida humana son el dolor y la
muerte. Ambos enemigos pueden ser vencidos, desde su punto de vista.
Atenas. Vista desde el monte Licabeto.
El
dolor tiene siempre una duración relativamente breve, por lo que puede ser
soportado.
La
muerte, considerada tradicionalmente como el peor de los males, no puede
producir dolor, ya que desaparece el hombre en la nada al disgregarse los
átomos que lo componen. Textualmente, nos dice: cuando vivimos, la muerte no existe. Cuando morimos, ya no estamos.
Sin conciencia ni sensibilidad no hay dolor.
El
historiador italiano SEVERINO nos dice: Antes
de Epicuro, el conocimiento de que lo eterno existe libera del terror del
devenir; para Epicuro el conocimiento de que lo eterno no existe (eternos son
sólo los átomos sin sentido, de los que, de manera azarosa, se componen las
cosas) libera del terror a la eternidad. Justamente porque cuando llega la
muerte ya nada somos, y por ello la muerte es “nada para nosotros”. El sabio no
pide vivir ni teme no vivir. No es contrario a la vida, pero tampoco considera
que la muerte sea un mal.
Por
otra parte, y ya finalizando, señalar que en el Jardín se admitía a todo tipo
de personas, lo que incluye a esclavos y a mujeres, tanto de vida ordenada como de vida ciertamente
alegre. Son ejemplo de ello Temista y Leonción, de las que se conservan algunos
escritos.
Podemos resumir la filosofía moral
epicúrea en los siguientes puntos:
La fuente primera de la moralidad
se encuentra en la sensación de
placer y en la huida del dolor. En esto el hombre coincide con los
animales.
El placer tiene una medida y unos
límites.
Los placeres deben ser medidos por
la razón.
El sabio debe preferir, por su
duración, los placeres del espíritu a los del cuerpo.
El sabio debe propugnar un ideal
ético basado en el dominio de sí, única forma de librarse de la esclavitud a
que nos puede conducir el placer.
A modo de ejmplo, este fragmento de las Máximas Capitales de Epicuro, recogidas por Diógenes Laercio:
La muerte no es nada para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es
insensible y lo insensible no es nada para nosotros.
Límite de la magnitud de los placeres es la eliminación de todo dolor.
Donde haya placer, por el tiempo que dure, no existe dolor o pesar o la mezcla
de ambos.
No se demora el dolor en la carne, sino que el más extremado perdura el
más breve tiempo, y aquél que sólo distancia el placer de la carne tampoco se
mantiene muchos días.
Ningún placer es por sí mismo un mal. Pero las cosas que producen
ciertos placeres acarrean muchas más perturbaciones que placeres.
El justo es el más imperturbable, y el injusto está repleto de la mayor
perturbación.