Pompeya. Villa de los Misterios |
3.- LA ETERNA Y
MALINTENCIONADA CONFUSIÓN DE NIVELES.
Una
de las cosas que hizo Cintora en el programa mencionado en el último artículo
fue omitir en la edición de la entrevista que los profesores participantes,
Bona y Royo, dan clase en niveles radicalmente distintos, tienen una profesión
distinta y una formación diferente. Mientras que uno es maestro de primaria, el
otro es licenciado universitario y profesor de secundaria. Esto es algo que se
suele obviar, como si no hubiera diferencia entre ambas cosas. Y la hay, y es
bastante grande. Y además ignorarlo tiene consecuencias.
Cuando
se implantó la LOGSE en nuestro sistema de enseñanza se produjo un gran número
de debates variados, ya que la naturaleza radical de la reforma emprendida
afectaba a todos y cada uno de los aspectos de la vida en los centros.
Una
de las cosas que causó más inquietud entre padres y profesionales fue la
incorporación a los Institutos del primer ciclo de secundaria (en teoría de 12
a 14 años) y de la enseñanza profesional (en teoría de casi cualquier edad).
Los primeros tenían hasta entonces su lugar en las escuelas, mientras que los
segundos disponían de centros propios.
Los
motivos que se adujeron fueron variopintos. Al parecer la mezcolanza de alumnos
de tantas edades diferentes y con perfiles, por tanto, tan distintos suponía
una mayor integración que habría de comportar por sí sola una mayor cohesión
social.
En
cualquier caso se obviaron las dificultades que esto suponía para gestionar en
los institutos tanto múltiples horarios, planes y plazos distintos como la
coexistencia pacífica de seres humanos en grados tan diversos de desarrollo y
con expectativas tan distintas. En los Institutos, hasta entonces de
bachillerato, saltó la alarma. Se veían venir dificultades diversas tanto por
la extensión de la obligatoriedad hasta los 16 años como por la aparición por
el centro de alumnos con edades más bajas de las que hasta entonces se
estilaban.
Un
neologismo fue circulando por los claustros: “egebeización”. Los responsables
de la cosa negaban una y otra vez que tal hecho fuera a tener lugar. Se nos
dijo de todas las formas posibles que no había por qué preocuparse, que el
trabajo seguiría siendo el mismo y que no había que temer una bajada de nivel.
Pronto
llegaron las guardias de recreo. Hay alumnos pequeños, se dijo. Debe haber
presencia de profesores en el patio para evitar problemas. Después fueron
llegando las ideas brillantes para atender mejor a los pequeños, como la agenda
escolar, o, por supuesto, el cierre de las puertas durante el horario lectivo.
El
control necesario de los alumnos menores supuso inevitablemente el control de
los mayores y la vigilancia se extendió a las aulas cuyo profesor estuviera
ausente. Se acabó bajar al patio a
solazarse, nada de ir a la cafetería, nada de salir del centro para comprar un
bocadillo o para pelar la pava en el parque.
Los
primeros bachilleratos agraciados con estas medidas protestaron amargamente.
Decían, con razón, sentirse en una cárcel. Hoy ya nadie se queja, habituados
todos con naturalidad a la situación de encierro.
Y
luego, claro, las consecuencias del control. Si tratas a los alumnos como
pequeños irresponsables tienden a comportarse como pequeños irresponsables.
Privados de la necesaria transición hacia el ejercicio de la propia
responsabilidad, que antaño tenía lugar en el Instituto, su nivel de maduración
personal se ve dificultado seriamente y tiende a retrasarse sine die.
A
continuación, los cambios en el vocabulario, y uno acaba oyendo hablar en las
salas de profesores de secundaria de “nenes” y de “papás y mamás”; luego se
propone la agrupación de materias en los cursos de primer ciclo para procurar
que tengan un menor número de profesores (¡Qué tiempos los de las protestas
para no tener que dar asignaturas afines!) y se lanzan propuestas metodológicas
más propias de primaria que de una enseñanza media impartida por especialistas.
Rajoy
mismo, en una reciente entrevista, señalaba que su hijo maneja las redes
sociales como todos los “niños” de su edad. Su hijo de ¡16 años!
Sí,
se ha producido la cantada “egebeización” y han bajado los niveles. Pero se ha
conseguido también algo que es más grave porque afecta al futuro y compromete
la viabilidad de mi profesión: la identificación por parte de casi todo el
mundo de la enseñanza primaria con la secundaria.
Así,
la liquidación final de la enseñanza media ni siquiera se percibe como tal y se
habla del “problema educativo” sin distinguir casi nunca entre los métodos
apropiados para niños y los que lo son para adolescentes talluditos; entre los
problemas a resolver cuando se enseña a un alumno de 6 años y los que plantea
uno de 16; entre los objetivos que se han de tener cuando se da clase a un niño
de 10 años y los propios de un alumno que mira hacia su futuro profesional o
universitario.
Mientras,
el bachillerato, olvidado, languidece ante la imposibilidad de edificar sobre
los cimientos de la ESO un mínimo edificio de conocimientos que garantice una
llegada solvente a la universidad… que cada vez tiene más difícil construir
algo sobre los agrietados muros del pobre bachillerato.
El
objetivo declarado de formar ciudadanos responsables acaba, al fin, generando
eternos e inmaduros niños privados tanto de libertad como de responsabilidad,
que son caras inseparables de la misma moneda.