Diosa Kali. Plaza Durbar. Katmandú
Una lección es una peripecia de
fuerte dramatismo para el que la da y para los que la reciben. Cuando no es
esto no es una lección sino otra cosa –tal vez un crimen- porque es una hora
perdida y la vida es tiempo limitado y perder un trozo de él es matar vida,
practicar asesinato blanco.
Esto
lo escribió José Ortega y Gasset en su introducción al curso ¿Qué es la
técnica? Impartido en la universidad de Verano de Santander el año 1.933. Esas
palabras van dirigidas a la universidad de entonces (no solo a la española,
matiza Ortega), pero la idea de fondo es perfectamente utilizable en el
análisis de nuestro sistema de enseñanza, desde primaria hasta la universidad.
La
inmensa capacidad del sistema para tener a la gente perdiendo el tiempo viene
marcada por dos principios que permanecen habitualmente ocultos, no declarados,
pero que operan cada vez más abiertamente: el primero, la conveniencia de
mantener encerrados durante el
mayor tiempo posible a la mayor cantidad posible de adolescentes y jóvenes,
cada vez considerados niños durante más tiempo y, como consecuencia, cada vez
madurando más tarde. Los horarios laborales de los padres y la falta de trabajo
son las causas, que se camuflan bajo el discurso escasamente cuestionado de la
conveniencia de tener una prolongada escolarización obligatoria.
El
segundo, el desprecio por el conocimiento, por los contenidos, que se hace
especialmente patente en las modas pedagógicas más seguidas y vacía de
contenido real el tiempo en la escuela y en los institutos. Como consecuencia
se ha de rellenar ese vacío con todo tipo de actividades más o menos lúdicas
que deberían, en teoría, mejorar la socialización y hacer más felices a las
criaturas.
El
resultado es patente: un calendario cada vez más largo, unos horarios desmesurados,
años de encierro… para cada vez menos. El párrafo de Ortega nos lo deja claro.
El sistema de enseñanza es realmente un sistema de asesinato blanco en serie.
Un
crimen.