Feliz al ser devorado, buena carne.
4.- TÓTEM: LA
FELICIDAD
Leer
sobre enseñanza (o educación) se ha convertido en un ejercicio lamentable desde
que los tópicos baratos y mal construidos son omnipresentes y sus voceros meros
transmisores irreflexivos de lo que algunos gurús les venden en prédicas
públicas que, hasta en la puesta en escena, se asemejan punto por punto a los
discursos de los típicos charlatanes de feria.
Las
palabras tótem tienen una característica común: no significan nada por sí
mismas. Eso facilita que se puedan colocar en cualquier discurso, ya que suenan
bien, siempre resultan agradables y al personal le hace sentir estupendamente.
Abundan, abundan mucho: solidaridad, tolerancia, valores, cultura, calidad…
aunque la reina de la época es, sin duda, felicidad.
Se
ha construido toda una pseudocultura de lo happy
que, además de su dudoso gusto estético, parece peleada con el rigor, con el
amor a la verdad, con la realidad misma.
Porque,
después de muchos años de vida, tengo varias cosas claras sobre este tema:
1.-
No hay dos personas que le llamen felicidad a lo mismo.
2.-
En ocasiones la felicidad de unos imposibilita la de otros.
3.-
Muchas veces hay que pasar por momentos desagradables para alcanzar los logros que nos van a hacer felices. Esto
es, en ocasiones la felicidad de hoy es
la infelicidad de mañana, y viceversa.
Supongo
que quienes defienden que lo importante es conseguir la felicidad del alumno
son conscientes de que la felicidad puede ser el resultado de actividades
bastante perversas. Recomiendo la lectura atenta de los textos del Marqués de
Sade, que nos ilustró a todos con sus lecciones sobre cómo enseñar deleitando.
Pura pedagogía posmoderna.
Me
temo que la felicidad de los matones de pasillo está bastante reñida con la de
sus víctimas, e incluso creo que en el caso de una rivalidad amorosa coinciden
en el tiempo la felicidad de uno con la infelicidad del rechazado. También
cuando se persiguen logros que solo cabe alcanzar a uno encontraremos en unos
felicidad y en otros decepción.
Además,
todo el que practica deporte, por ejemplo, sabe que entrenar es rutinario,
tedioso, incluso muchas veces doloroso. Siempre agotador. Pero también sabe que
la felicidad de competir, de lograr una buena marca, de ganar un campeonato, es
grande. Tan grande que merece la pena el sacrificio, o incluso tal vez sea
grande precisamente porque ha exigido el sacrificio. No conozco a mucha gente
que valore más un éxito que le ha costado un determinado esfuerzo que otro que
le ha resultado gratis.
Toda
esta milonga confusa sobre la felicidad procede, como casi todas las que
vertebran el pobre discurso novoeducativo,
del mundo de la empresa. El bienestar se considera bueno para mejorar la
productividad. Eso ha llevado a un giro perverso: si quiere usted seguir
trabajando aquí ha de ser feliz. De lo contrario no será usted óptimamente
productivo. Resultado, el humillante esfuerzo de miles de trabajadores
precarios en miles de empresas fingiendo permanente buen rollo y amor al cosmos
para mantener sus mal pagados puestos de trabajo y asistiendo obligados a
charlas penosas de autodenominados expertos en inteligencia emocional y coaching.
Hace
poco leía un reportaje publicitario de una marca de productos lácteos que
explicaba detenidamente cómo las vacas felices producen mejor leche. Parecía el
folleto de una editorial educativa. La vaca al parecer da más leche y de mejor
calidad si ve atendidas individualizadamente sus necesidades, si se cuida su
entorno, que ha de ser agradable y limpio, e incluso se le debe proporcionar un
terreno por el que no lo cueste demasiado esfuerzo caminar. Pedagogía bovina de
primer orden. ¡No van a ser nuestros alumnos menos que las vacas!
Recuerdo
también haber leído en cierta ocasión que la carne sabe mejor si se ha
sacrificado a la res sin estrés, con el menor dolor posible, ya que los
músculos quedan más distendidos y por ende los filetes más tiernos.
Tanto
discurso sobre la felicidad y el bienestar no parece cosa de gente buena que se
preocupa por los demás. Parece más bien que se trata de que a la hora de ir al
matadero lo hagamos con alegría, buen rollo y productividad. Si alguno no es
feliz no es culpa de su entorno, sino de cómo asume sus dificultades. Si te
enfadas conmigo no es por lo que te he hecho, sino porque te tomas las cosas
muy mal.
Como
dijo en cierta ocasión un muy equivocado jefe a un subordinado: ¿Qué prefieres,
tener razón o ser feliz? Curiosa disyuntiva. El tal jefe estaba equivocado
pero eso no le quitaba la felicidad, pero el otro estaba mucho mejor, ya que
además de ser feliz tenía razón. Pero al parecer poco derecho a decirlo sin ser
de inmediato portador de mal rollo y, por tanto, un riesgo para la
productividad.
La
felicidad, ¡Qué gran cuestión! Hoy, en plena expulsión de la Filosofía del
sistema de Enseñanza (o lo que sea esto) se pretende buscar la felicidad pero,
por supuesto, eludiendo la lectura de quienes con más rigor y acierto se han
ocupado de ella. Séneca, Aristóteles, Epicuro, Zenón, Russell… para poder
colocarnos las demenciales estupideces de los Coelho, Bucay, sistémicos y toda
la caterva de vendemotos que nos asedian.
En
conclusión, que tanto hablar de felicidad, lo que es a mi, me pone muy triste.
Supongo que será culpa mía, claro.